Lo que se siente, se siente.

Y con eso no se miente

Nos enseñaron a medir nuestras palabras con miedo. A pensar dos veces antes de hablar. A calcular el impacto de lo que decimos en los demás, pero rara vez nos detenemos a pensar en lo que nos cuesta callarnos.


Guardarte lo que sientes es un mal negocio. Para ti y para el mundo.

Nos preocupa lo que puede cambiar afuera si lo decimos, pero ¿Qué pasa en nuestro interior cuando decidimos callarlo?


  • ¿Cuántas veces dormiste con el pecho apretado por no decir “esto no me gusta”?
  • ¿Cuántas veces te tragaste un “me lastimaste” por miedo a ser incómoda?
  • ¿Cuántas veces un “te quiero” se te quedó en la boca hasta volverse un “te perdí”?
  • ¿Cuántas veces te callaste para no parecer demasiado intensa, demasiado emocional, demasiado tú?
  • ¿Cuántos sueños enterraste en silencios que nunca se atrevieron a salir?


Nos dijeron que ser fuertes es aguantarse. Nos enseñaron que es mejor morderse la lengua que incomodar. Pero callarte también tiene costos. No decirlo no lo hace desaparecer, lo hace quedarse.


En un nudo en la garganta que aprieta.
En un “¿Y si lo hubiera dicho?” que nunca tendrá respuesta.
En un dolor que te va cerrando el pecho.
En ansiedad disfrazada de “estoy bien”.
En oportunidades que no vuelven.
En relaciones que se enfrían sin razón aparente.
En resentimiento contigo misma por no haber tenido el coraje de hablar.


Porque lo no dicho pesa. Y el silencio, cuando se acumula, ahoga.


Cuando callas, te fallas a ti misma


Si lo dices, puede que las cosas cambien.
Si lo callas, la única certeza es que te estarás traicionando.

Nos enseñaron a temerle al conflicto, pero ¿Qué pasa con el conflicto interno de quedarte con la palabra atrapada? ¿Cuántas veces le has dado prioridad a la comodidad de otros sobre tu propia verdad?


  • Callarte por miedo a perder a alguien puede hacer que te pierdas a ti.
  • No decir lo que piensas para evitar un conflicto te deja atrapada en una guerra interna.
  • No hablar por no incomodar a otros te deja cargando el peso de su comodidad.


Nos han dicho que hablar nos hace vulnerables. Pero callarnos nos hace invisibles. Y si la vida no nos regala muchas certezas, al menos ten una: nadie va a hablar por ti.


La peor de las fallas no es que alguien no te escuche.
La peor falla es fallarte a ti misma.


Salir del mute: cómo decir lo que sientes y no quedarte con la palabra en la boca


Hablar no siempre es fácil. Pero callarte nunca es gratis.
La diferencia entre una historia cerrada y una herida abierta está en la palabra que nunca salió.


Cómo dar el primer paso y avanzar hacia ese punto de no retorno:


  • Reconoce que callar tiene costos. Pregúntate: ¿qué me está costando no decir esto? ¿Cómo me estoy castigando por mi propio silencio?
  • No esperes el “momento perfecto”. No existe. A veces, el mejor momento para decirlo fue ayer. Y el segundo mejor momento es ahora.
  • Dilo con miedo, pero dilo. No necesitas estar lista para decirlo, solo necesitas hacerlo. El miedo se siente antes, pero la liberación se siente después.
  • Escribe antes de hablar. A veces, ponerlo en palabras escritas nos ayuda a darle forma y claridad antes de decirlo en voz alta.
  • Empieza con pequeñas verdades. Si te cuesta hablar de lo grande, empieza con lo pequeño. Practica decir “esto me gustó”, “esto no me gustó”, “esto me hizo sentir incómoda”.
  • Recuerda que lo que sientes es válido. Si lo sientes, existe. Y si existe, merece ser dicho.
  • Piensa en la peor opción. ¿Y si lo dices y no pasa nada? ¿Y si lo dices y se enojan? ¿Y si lo dices y no te entienden? Ahora piensa en la otra posibilidad: ¿y si lo dices y algo cambia?
  • Entiende que la gente se va, pero lo que no dijiste se queda. No hay palabra que duela más que la que nunca dijiste cuando todavía había tiempo de decirla.