
En una charla dada en TED Global 2013, que tiene más de 30 millones de vistas en línea en el sitio web de TED, la Dra. Kelly McGonigal dijo que había reevaluado sus ideas sobre el estrés a la luz de nuevas investigaciones sobre cómo las creencias sostenidas acerca del estrés y cómo pensar que es inherentemente malo pueden afectar la salud. Citando un estudio que sugiere que quienes creen que el estrés es perjudicial para ellos experimentan un efecto adverso en su expectativa de vida, McGonigal enfatizó que elegir ver la propia respuesta al estrés como algo útil genera la "biología del coraje", mientras que conectar con otro bajo estrés puede fomentar la resiliencia.
Según McGonigal, "la antigua comprensión del estrés como una reliquia inútil de nuestros instintos animales está siendo reemplazada por la comprensión de que el estrés, en realidad, nos hace socialmente inteligentes; es lo que nos permite ser completamente humanos".
La valentía no es la ausencia de miedo, sino la decisión de avanzar a pesar de él. Y aunque muchas veces creemos que el coraje es solo una cuestión de carácter, la realidad es que está profundamente conectado con nuestra biología.
Nuestro cerebro, esa máquina prodigiosa, tiene dos caminos posibles ante el peligro: huir o enfrentar. La amígdala, el centro del miedo, nos grita que retrocedamos, que nos protejamos. Pero la corteza prefrontal, la parte más racional y valiente de nosotros, puede tomar el control y decir: “Es difícil, pero puedo hacerlo”. Ahí es donde la valentía se activa, en esa pequeña pausa en la que elegimos desafiar nuestros límites.
Pero hay algo más. La valentía no solo vive en el cerebro; se siente en la piel, en el latido acelerado del corazón, en la adrenalina que sacude nuestro cuerpo cuando nos atrevemos. Y, curiosamente, cuanto más elegimos el coraje, más fácil se vuelve. Como un músculo, la valentía se entrena.
Ser valiente no significa no tener miedo. Significa actuar a pesar del temor. Significa confiar en que, al otro lado del miedo, está la vida que realmente queremos vivir. Porque, al final, la biología de la valentía no es otra cosa que la biología de la transformación.
Y cada vez que decidimos enfrentar el miedo, nos convertimos en alguien más fuerte, más libre y más auténtico.
Elegir ver la respuesta al estrés como algo útil es lo que crea la biología de la valentía. No se trata de ser invencibles, sino de aprender a transitar los días con honestidad. Hablar de lo que nos duele, expresar cuando estamos agotados, reconocer nuestras propias fragilidades sin vergüenza. Dejar de exigirnos ser superhéroes y entender que, a veces, lo más valiente es simplemente admitir que hoy no podemos con todo.
El estrés, lejos de ser solo un enemigo, también nos hace más sociables. La oxitocina, esa neurohormona menos famosa que la adrenalina, es clave en este proceso. No solo nos impulsa a buscar contacto humano y empatía, sino que además protege nuestro corazón, relaja nuestros vasos sanguíneos y ayuda a nuestro cuerpo a recuperarse de los impactos del estrés. En otras palabras, estamos biológicamente diseñados para superar la adversidad con el apoyo de los demás.
Es aquí donde la ciencia y la humanidad se encuentran: en la certeza de que el estrés no tiene por qué ser nuestro enemigo si lo enfrentamos con conexión, apoyo y comprensión. Porque
la valentía no es un acto aislado, sino una construcción colectiva. Estamos en la resistencia, preparándonos para la resiliencia.
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