
A los 5 años conocí a Valeria Mellid. Yo recién me mudaba, ella era “local”. Como Romeo y Julieta, pero en versión infancia, nuestra historia empezó en un balcón ella mirando desde arriba, yo abajo, desplegando todos mis dotes artísticos para convencerla de que ser mi amiga iba a ser genial.
Y gracias a Dios, al destino o a mis pasos de baile la convencí.
Desde entonces, inseparables.
Aunque hoy nos separen kilómetros, la conexión sigue intacta.
Nos une una historia larga, hermosa, llena de capítulos inolvidables.
Pero hoy quiero contar uno solo. Uno que dice mucho más de nosotras… y del mundo que nos tocó.
Dos Valerias.
Y el sistema encontrando rápidamente cómo distinguirnos:
Valeria “la Flaca” y Valeria “la Gorda”.
Así, simple.
Cruel.
Naturalizado.
Desde chiquitas.
Desde siempre.
A veces intentaban suavizarlo con eufemismos como “Valeria 1 y Valeria 2”, o “Valeria la de arriba” y “Valeria la de abajo” (porque yo vivía en el primer piso y ella en planta baja).
Pero nosotras sabíamos, como se saben esas cosas sin que nadie las diga, que la forma popular era la que se refería al cuerpo.
Casi escribo “natural”.
Qué fuerte.
Hoy miro esas fotos con mis ojos de ahora y pienso:
Ni ella era tan flaca, ni yo era tan gorda.
Pero no nos dejaron vernos con nuestros propios ojos.
Nos prestaron un lente sucio.
Nos lo calzaron sin pedir permiso.
Y nos marcaron a fuego.
Ella siempre fue más rebelde.
Y yo siempre la admiré por eso.
Me defendía con la fiereza de su peso por mil.
Yo, en cambio, me hacía chiquita.
Cuando se metían conmigo me quedaba muda.
Me pegaban justo donde dolía.
Me neutralizaban.
La conocí con cinco años. Esto me lleva a 1982.
Han pasado 33 años.
¿Y seguimos sin resolver esto como sociedad?
¿Hasta cuándo?
¿Hasta cuándo vamos a permitir que les roben a las niñas la libertad de no estar presas de sus apariencias?
¿Hasta cuándo vamos a permitir que la diferencia entre dos personas se mida por el tamaño de su cuerpo?
Los datos no perdonan.
En Latinoamérica, los trastornos de la conducta alimentaria afectan cada vez a más personas…pero no a cualquiera: principalmente a niñas, adolescentes y mujeres jóvenes.
En México, los casos de anorexia y bulimia han crecido más del 300 % en los últimos diez años. Las estadísticas hablan de chicas entre 12 y 25 años.
Y muchas veces no hablamos de vidas afectadas, hablamos de vidas perdidas.
Por un espejo que devuelve rechazo.
Por una palabra dicha a tiempo, o a destiempo.
Por una infancia en la que te nombraron con un adjetivo que se pegó a tu piel.
Con Vale hicimos equipo.
El mejor.
Ganamos carreras a caballito, yo la cargaba y ella miraba desde arriba para decirme por dónde.
Le hacía pie de ladrón para que alcanzara lo que soñábamos.
Siempre juntas.
Siempre histriónicas.
Siempre con utopías que nos impulsaban a seguir andando.
Bailamos la Macarena en estadios.
Lloramos desamores en sillones.
Nos acurrucamos con las heridas y también con la risa.
Aunque su cuerpo era el frágil, era pura potencia.
Y aunque el mío era más robusto, era pura fragilidad.
Y lo sabíamos.
A veces me tocaba a mí recordarle su vulnerabilidad.
A veces le tocaba a ella recordarme mi valentía.
Poco a poco me contagió su rebeldía.
Y juntas éramos dinamita.
¡Bum!
Que no se nos cruzara la injusticia… porque no salía ilesa.
Hoy ya no somos chicas.
Pero no solo crecimos: maduramos, nos transformamos, nos encendimos.
Ella trabaja abrazando a mujeres víctimas de violencia machista.
Y yo, bueno… si estás leyendo esto, ya sabés qué ando haciendo.
Con nosotras no pudieron.
Y escribir esto me hace darme cuenta de lo fuerte que suena esa frase.
Porque todos estamos hechos de pedacitos de las personas que elegimos que formen parte de nuestra historia.
Y esta es una de mis partes favoritas.
Una de las más esenciales.
Una de las más rebeldes.
Una de las que más me recuerdan que no estoy sola.
Hoy, en el marco de
Salí del clóset de tu cuerpo, te invito a mirar hacia atrás.
A buscar en tu historia quién te defendió, quién te inspiró, quién te ayudó a resistir.
Y a reconocer que la lucha contra el odio al cuerpo no se pelea sola.
Se camina acompañada.
Y si podés, pasá este texto.
Pasalo como se pasan los secretos que salvan.
Como se pasa una linterna en la oscuridad.
Como se pasa el fuego de una vela a otra.
Porque mientras más hablemos, más sanamos.
Y mientras más nos veamos con nuestros ojos, menos lugar le daremos al sistema para que nos nombre con los suyos.
Más de mi inspiración




